Elliot.
¿Por qué no nombramos a nuestras dudas? Quiero decir, así sería más fácil hablar de ellas. A las mías, por ejemplo, las llamaría Elliot, ya que parece simple y bonito, ¿a que sí?
Con Elliot duermo acurrucada todas las noches y despierto con él a mi lado todos los días. En el parque, caminamos de la mano y cuando estoy con mis amigos tomando café, Elliot siempre está sentado a mi lado. Es un compañero incondicional, pues no importa el clima que hace o lo ocupada que esté, Elliot siempre está conmigo. Me susurra cosas al oído, me cuenta fantásticas historias cuando no puedo dormir y dirán que es poco creíble, pero Elliot siempre tiene una pregunta lista para mí, cuando tengo que tomar una decisión, no importa lo pequeña o insignificante que sea.
En muchas ocasiones, mis deseos no suelen estar acorde con sus opiniones y esto nos lleva a discutir. La mayor parte del tiempo, debo admitir, que suelo perder contra él y a pesar de que no le comento nada de esto, quisiera que Elliot no estuviese conmigo. De verdad.
Elliot, además de persuadirme, se mete en mis huesos y me va llevando contra mi voluntad hasta la más profunda y temible oscuridad. A veces temo no poder encontrar el camino de retorno, y es que ojalá pudiera dejarlo en una de las bancas del parque o en aquel restaurante que tanto detesté. Sin embargo, parece imposible apartar a Elliot de mí.
Así que Elliot, mi querido Elliot, tu que estás entre estas líneas, en esta pluma y en mi cabeza, sé bonito y simple, por favor. Déjame ir y muere de una vez. Porque si no lo haces, no tendré otra alternativa de dejarme arrastrar por ti y tu y yo sabemos cómo eso podría terminar.